17 agosto 2006
Visitando Baviera - Día 4
Otra entrada más, continuación de Visitando Baviera - Día 3.
Antes de mi visita, Josef me envió por correo la agenda preliminar que habían preparado, y me preguntó si había alguna cosa más que me gustaría visitar. Uno de los recuerdos que tengo de mi infancia son dos ceniceros del castillo del rey loco, Luis II de Baviera, que mis padres trajeron de un viaje a Baviera. Así que le contesté que ese podría ser un sitio interesante para añadir a la agenda.
Lo que no sabía cuando hice la sugerencia es que Neuschwanstein -que así se llama el castillo- está a 350 Km. de Forchheim. Sin embargo, en vez de decirme que estaba un poco a desmano, lo metieron en la agenda del lunes, aprovechando la tarde para visitar Múnich, que quedaba más o menos de camino a la vuelta.
Ese lunes Tobias y Tanja comenzaban una especie de prácticas en un taller de coches y una agencia de viajes respectivamente. Al parecer, el empeoramiento del mercado de trabajo alemán ha propiciado que los jóvenes aprovechen sus vacaciones para trabajar sin sueldo en distintas empresas para conocer su vocación y mejorar su empleabilidad. Es curioso que en España, con el mismo índice de paro, esto no ocurra. Supongo que la diferencia es que Alemania ha llegado al paro actual multiplicando por dos el anterior, y España dividiéndolo por la mitad.
Ingrid se levantó muy temprano para despedir a sus hijos, pero lo hizo con un dolor de espalda que le acompañaba desde que el día anterior tomó una foto en una postura forzada. El caso es que llamó a varios fisioterapeutas hasta que encontró a uno que le recibiese esa misma mañana a primera hora, y para cuando yo estaba acabando de desayunar con Josef, ella ya estaba de vuelta lista para el viaje.
Así que salimos de Forchheim dirección a Hohenschwangau, el pueblo donde está el castillo. Josef aprovechó el viaje para llevar un paquete a una oficina de Siemens en Augsburgo (fotos), y de paso, me enseñó algo de la ciudad en coche.
Unas cuatro horas después de salir de Forchheim, llegamos a Hohenschwangau (foto). Por el camino pude comprobar la diferencia arquitectónica entre Franconia y esa zona de Baviera. Mientras que en Franconia las casas son de piedra con madera pintada a la vista, en el sur de Baviera las casas son mayoritariamente de madera y, todo sea dicho, no tan bonitas.
Es realmente increíble el negocio que hay montado alrededor del castillo y la cantidad de gente que lo visita. Hay varios aparcamientos con capacidad para varios centenares de coches y autobuses (foto). Según he encontrado en Internet, el castillo recibe más de 1,3 millones de visitas anuales de todo el mundo, y hasta 6.000 diarias en temporada alta. Las entradas se tienen que sacar con unas tres horas de antelación a la visita. E incluso reservando las entradas por Internet, como había hecho Josef, hay que pasar a recogerlas por taquilla con bastante antelación.
Aprovechando el tiempo que había que esperar comimos en unos de los restaurantes que hay en la zona. Josef me recomendó Leberkäse con Kartoffelsalat y mostaza (foto). El Leberkäse se traduciría literalmente como "hígadoqueso", pero ni tiene hígado ni tiene queso, es un embutido típico de Baviera que lleva carne de ternera, de cerdo, tocino y cebolla. La Kartoffelsalat es una ensalada de patata que se sirve fría, demasiado para mi gusto. Claro que también pudo influir que ésta no estuviese demasiado buena, al menos esa fue la opinión de Ingrid y Josef, mucho más versados que yo en cocina alemana.
No obstante, lo más curioso de la comida era la mezcla de idiomas en las mesas: inglés, alemán, italiano, español, japonés... y varios más que no supe identificar. Por supuesto, el español y el italiano eran los idiomas que más se oían, ya se sabe que nos gusta demostrar siempre los buenos pulmones que tenemos.
Después de comer, nos acercamos a ver el lago Alpsee (foto) y después empezamos la subida hacia Neuschwanstein (fotos), un paseo de una media hora. Cuando llegamos arriba pudimos observar el castillo por fuera y entrar al patio interior que está abierto. Al darnos cuenta de que los números que aparecían en espera no coincidían con los de nuestras entradas, fuimos a preguntar a la oficina de información. Al parecer, por una confusión entre el nombre del pueblo Hohenschwangau y el del castillo del padre del rey loco, Maximiliano II de Baviera, que también se llama Hohenschwangau, las reservas eran para este segundo castillo.
Sacar entradas para visitar Neuschwanstein suponía tres horas de espera, y olvidarse de la visita a Múnich. Así que decidimos no visitar el interior (fotos), ir al otro castillo, a ver si podíamos entrar aunque llegásemos un poco tarde, y seguir después hacia Múnich.
Ingrid me comentó que en ese momento se alegraba de que cuando ellos vinieron de visita a Vizcaya no llegásemos a tiempo para ver la colección de Rolls-Royce de la Torre de Loizaga. Eso les hacía sentirse menos culpables. Yo le comenté que también funcionaba a la inversa, el que la planificación alemana hubiera fallado, me hacía sentir menos culpable por mis fallos durante su visita. Además, esto me dejaba una importante labor pendiente para justificar un nuevo viaje a Baviera.
El caso es que en Hohenschwangau (fotos), Ingrid consiguió que nos dejasen entrar con un grupo posterior al que teníamos reservado. Y pudimos ver el castillo del padre de Luis II. Este castillo se construyó en el siglo XII pero fue destruido por las tropas de Napoleón en 1806. Maximiliano lo compró y ordenó reconstruir entre 1833 y 1837 no como un castillo, si no como un palacio propio del siglo XIX. La visita sólo recorre algunas de las salas de la primera y segunda plantas, no obstante es interesante descubrir la forma de vida de los reyes en aquella época. Por cierto, en una de esas habitaciones estuvo alojado Richard Wagner, del que Luis II de Baviera fue mecenas.
Al terminar la visita nos detuvimos en la tienda de souvenirs pero no vi nada que me llamase la atención. De hecho ni siquiera compré un cenicero para seguir con la tradición familiar.
Tras tomar un Eiskaffe (foto) como el que había tomado en Núremberg el sábado, nos pusimos en camino hacia Múnich. Al llegar, Josef dio una pequeña vuelta para enseñarme la zona que se construyó para los juegos olímpicos de 1972, incluyendo el estadio olímpico (foto).
Aparcamos en la zona de Siemens en las afueras de Múnich y nos acercamos al centro en metro. La primera cosa que visitamos, y la última relacionada con Siemens, fueron las oficinas centrales de Siemens COM (foto), la división de comunicaciones de Siemens, para la que trabajaba yo cuando conocí a Josef.
En Residenzstrasse (foto), hay una zona con varias plazas interconectadas con bastante animación. Quizás porque el verano por esas latitudes es corto, lo aprovechan para salir todos a la calle. De ahí fuimos a la Marienplatz (fotos), la plaza donde está el impresionante ayuntamiento de la ciudad (foto). Lo siguiente que hicimos fue visitar la iglesia de Marien (foto), ya cerrada, y de ahí fuimos a Neuhauserstrasse, la calle más comercial de Múnich, y también la cuenta con la mayor densidad de peatones. Llegamos hasta el final de la calle (foto) y accedimos a Munchen-Karlsplatz (foto) y volvimos por calles laterales menos saturadas a Marienplatz.
Desde allí nos adentramos en la zona del mercado verde, actualmente Viktualienmarkt (fotos). Un mercado originalmente para los granjeros, que se ha convertido en un mercado de delicatessen. Por desgracia, las tiendas ya estaban cerradas, pero incluso sin movimiento de gente se podía intuir cómo puede ser a horas más concurridas.
Como mis anfitriones no podían dejarme abandonar Múnich sin conocer la auténtica cervecería muniquesa, me llevaron a ver una bastante concurrida pero no especialmente grande. Lo que no me habían dicho es que ese día tocaba cenar en Hofbräuhaus (fotos), la cervecería más famosa de Múnich, y quizás también la más grande. Por cierto, el prefijo Hof significa que era proveedor de la casa real cuando en Alemania reinaba el Kaiser.
La cervecería es realmente inmensa (foto), no sabría calcular el tamaño pero sé que había cientos de mesas, que en el centro había una banda tocando (foto) y que nosotros salimos a un patio interior (foto), con unas cien mesas más, en el que nos sentamos junto a un grupo de italianos bastante simpáticos.
Los pobres estaban teniendo sus más y sus menos con el camarero. La verdad es que él no era muy amigable, pero tenía tantas mesas que servir que sólo podía parar en cada una lo justo para tomar la nota, y los italianos se ponían a discutir lo que iban a pedir cuando él llegaba, con lo que se acababa yendo sin tomar el pedido. Ingrid hizo de buena samaritana, apuntó lo que querían y pidió por ellos al camarero.
Una de las chicas del grupo había empezado a estudiar alemán en Múnich para estudiar filología alemana en Italia, pero por lo que me comentaron los muniqueses no hablan exactamente el alemán más entendible. Al parecer, ese honor corresponde a los habitantes de Hanóver.
Por supuesto, la cena consistió en salchichas Bratwurst con chucrut, acompañadas por una jarra de cerveza Hofbräu, ¡de un litro! (foto). Algún año tendré que volver por la Oktoberfest, la famosa feria de la cerveza. Por cierto, el chucrut estaba muy lejos del que tomé el día anterior para comer.
De Múnich volvimos a Forchheim, pero llegamos ya bastante tarde, y como a la mañana siguiente Josef me tenía que llevar a Stuttgart para coger mi vuelo, nos fuimos directos a la cama.
Continúa en Visitando Baviera - Día 5.
Antes de mi visita, Josef me envió por correo la agenda preliminar que habían preparado, y me preguntó si había alguna cosa más que me gustaría visitar. Uno de los recuerdos que tengo de mi infancia son dos ceniceros del castillo del rey loco, Luis II de Baviera, que mis padres trajeron de un viaje a Baviera. Así que le contesté que ese podría ser un sitio interesante para añadir a la agenda.
Lo que no sabía cuando hice la sugerencia es que Neuschwanstein -que así se llama el castillo- está a 350 Km. de Forchheim. Sin embargo, en vez de decirme que estaba un poco a desmano, lo metieron en la agenda del lunes, aprovechando la tarde para visitar Múnich, que quedaba más o menos de camino a la vuelta.
Ese lunes Tobias y Tanja comenzaban una especie de prácticas en un taller de coches y una agencia de viajes respectivamente. Al parecer, el empeoramiento del mercado de trabajo alemán ha propiciado que los jóvenes aprovechen sus vacaciones para trabajar sin sueldo en distintas empresas para conocer su vocación y mejorar su empleabilidad. Es curioso que en España, con el mismo índice de paro, esto no ocurra. Supongo que la diferencia es que Alemania ha llegado al paro actual multiplicando por dos el anterior, y España dividiéndolo por la mitad.
Ingrid se levantó muy temprano para despedir a sus hijos, pero lo hizo con un dolor de espalda que le acompañaba desde que el día anterior tomó una foto en una postura forzada. El caso es que llamó a varios fisioterapeutas hasta que encontró a uno que le recibiese esa misma mañana a primera hora, y para cuando yo estaba acabando de desayunar con Josef, ella ya estaba de vuelta lista para el viaje.
Así que salimos de Forchheim dirección a Hohenschwangau, el pueblo donde está el castillo. Josef aprovechó el viaje para llevar un paquete a una oficina de Siemens en Augsburgo (fotos), y de paso, me enseñó algo de la ciudad en coche.
Unas cuatro horas después de salir de Forchheim, llegamos a Hohenschwangau (foto). Por el camino pude comprobar la diferencia arquitectónica entre Franconia y esa zona de Baviera. Mientras que en Franconia las casas son de piedra con madera pintada a la vista, en el sur de Baviera las casas son mayoritariamente de madera y, todo sea dicho, no tan bonitas.
Es realmente increíble el negocio que hay montado alrededor del castillo y la cantidad de gente que lo visita. Hay varios aparcamientos con capacidad para varios centenares de coches y autobuses (foto). Según he encontrado en Internet, el castillo recibe más de 1,3 millones de visitas anuales de todo el mundo, y hasta 6.000 diarias en temporada alta. Las entradas se tienen que sacar con unas tres horas de antelación a la visita. E incluso reservando las entradas por Internet, como había hecho Josef, hay que pasar a recogerlas por taquilla con bastante antelación.
Aprovechando el tiempo que había que esperar comimos en unos de los restaurantes que hay en la zona. Josef me recomendó Leberkäse con Kartoffelsalat y mostaza (foto). El Leberkäse se traduciría literalmente como "hígadoqueso", pero ni tiene hígado ni tiene queso, es un embutido típico de Baviera que lleva carne de ternera, de cerdo, tocino y cebolla. La Kartoffelsalat es una ensalada de patata que se sirve fría, demasiado para mi gusto. Claro que también pudo influir que ésta no estuviese demasiado buena, al menos esa fue la opinión de Ingrid y Josef, mucho más versados que yo en cocina alemana.
No obstante, lo más curioso de la comida era la mezcla de idiomas en las mesas: inglés, alemán, italiano, español, japonés... y varios más que no supe identificar. Por supuesto, el español y el italiano eran los idiomas que más se oían, ya se sabe que nos gusta demostrar siempre los buenos pulmones que tenemos.
Después de comer, nos acercamos a ver el lago Alpsee (foto) y después empezamos la subida hacia Neuschwanstein (fotos), un paseo de una media hora. Cuando llegamos arriba pudimos observar el castillo por fuera y entrar al patio interior que está abierto. Al darnos cuenta de que los números que aparecían en espera no coincidían con los de nuestras entradas, fuimos a preguntar a la oficina de información. Al parecer, por una confusión entre el nombre del pueblo Hohenschwangau y el del castillo del padre del rey loco, Maximiliano II de Baviera, que también se llama Hohenschwangau, las reservas eran para este segundo castillo.
Sacar entradas para visitar Neuschwanstein suponía tres horas de espera, y olvidarse de la visita a Múnich. Así que decidimos no visitar el interior (fotos), ir al otro castillo, a ver si podíamos entrar aunque llegásemos un poco tarde, y seguir después hacia Múnich.
Ingrid me comentó que en ese momento se alegraba de que cuando ellos vinieron de visita a Vizcaya no llegásemos a tiempo para ver la colección de Rolls-Royce de la Torre de Loizaga. Eso les hacía sentirse menos culpables. Yo le comenté que también funcionaba a la inversa, el que la planificación alemana hubiera fallado, me hacía sentir menos culpable por mis fallos durante su visita. Además, esto me dejaba una importante labor pendiente para justificar un nuevo viaje a Baviera.
El caso es que en Hohenschwangau (fotos), Ingrid consiguió que nos dejasen entrar con un grupo posterior al que teníamos reservado. Y pudimos ver el castillo del padre de Luis II. Este castillo se construyó en el siglo XII pero fue destruido por las tropas de Napoleón en 1806. Maximiliano lo compró y ordenó reconstruir entre 1833 y 1837 no como un castillo, si no como un palacio propio del siglo XIX. La visita sólo recorre algunas de las salas de la primera y segunda plantas, no obstante es interesante descubrir la forma de vida de los reyes en aquella época. Por cierto, en una de esas habitaciones estuvo alojado Richard Wagner, del que Luis II de Baviera fue mecenas.
Al terminar la visita nos detuvimos en la tienda de souvenirs pero no vi nada que me llamase la atención. De hecho ni siquiera compré un cenicero para seguir con la tradición familiar.
Tras tomar un Eiskaffe (foto) como el que había tomado en Núremberg el sábado, nos pusimos en camino hacia Múnich. Al llegar, Josef dio una pequeña vuelta para enseñarme la zona que se construyó para los juegos olímpicos de 1972, incluyendo el estadio olímpico (foto).
Aparcamos en la zona de Siemens en las afueras de Múnich y nos acercamos al centro en metro. La primera cosa que visitamos, y la última relacionada con Siemens, fueron las oficinas centrales de Siemens COM (foto), la división de comunicaciones de Siemens, para la que trabajaba yo cuando conocí a Josef.
En Residenzstrasse (foto), hay una zona con varias plazas interconectadas con bastante animación. Quizás porque el verano por esas latitudes es corto, lo aprovechan para salir todos a la calle. De ahí fuimos a la Marienplatz (fotos), la plaza donde está el impresionante ayuntamiento de la ciudad (foto). Lo siguiente que hicimos fue visitar la iglesia de Marien (foto), ya cerrada, y de ahí fuimos a Neuhauserstrasse, la calle más comercial de Múnich, y también la cuenta con la mayor densidad de peatones. Llegamos hasta el final de la calle (foto) y accedimos a Munchen-Karlsplatz (foto) y volvimos por calles laterales menos saturadas a Marienplatz.
Desde allí nos adentramos en la zona del mercado verde, actualmente Viktualienmarkt (fotos). Un mercado originalmente para los granjeros, que se ha convertido en un mercado de delicatessen. Por desgracia, las tiendas ya estaban cerradas, pero incluso sin movimiento de gente se podía intuir cómo puede ser a horas más concurridas.
Como mis anfitriones no podían dejarme abandonar Múnich sin conocer la auténtica cervecería muniquesa, me llevaron a ver una bastante concurrida pero no especialmente grande. Lo que no me habían dicho es que ese día tocaba cenar en Hofbräuhaus (fotos), la cervecería más famosa de Múnich, y quizás también la más grande. Por cierto, el prefijo Hof significa que era proveedor de la casa real cuando en Alemania reinaba el Kaiser.
La cervecería es realmente inmensa (foto), no sabría calcular el tamaño pero sé que había cientos de mesas, que en el centro había una banda tocando (foto) y que nosotros salimos a un patio interior (foto), con unas cien mesas más, en el que nos sentamos junto a un grupo de italianos bastante simpáticos.
Los pobres estaban teniendo sus más y sus menos con el camarero. La verdad es que él no era muy amigable, pero tenía tantas mesas que servir que sólo podía parar en cada una lo justo para tomar la nota, y los italianos se ponían a discutir lo que iban a pedir cuando él llegaba, con lo que se acababa yendo sin tomar el pedido. Ingrid hizo de buena samaritana, apuntó lo que querían y pidió por ellos al camarero.
Una de las chicas del grupo había empezado a estudiar alemán en Múnich para estudiar filología alemana en Italia, pero por lo que me comentaron los muniqueses no hablan exactamente el alemán más entendible. Al parecer, ese honor corresponde a los habitantes de Hanóver.
Por supuesto, la cena consistió en salchichas Bratwurst con chucrut, acompañadas por una jarra de cerveza Hofbräu, ¡de un litro! (foto). Algún año tendré que volver por la Oktoberfest, la famosa feria de la cerveza. Por cierto, el chucrut estaba muy lejos del que tomé el día anterior para comer.
De Múnich volvimos a Forchheim, pero llegamos ya bastante tarde, y como a la mañana siguiente Josef me tenía que llevar a Stuttgart para coger mi vuelo, nos fuimos directos a la cama.
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